Era uno de esos días en que el gran Dios de los océanos, se levantaba colérico, intratable. Siempre que amanecía de esa forma, Neptuno salía a recorrer los confines de su reino, en busca de extender sus dominios.
Así llegó a la costa de un remoto lugar, donde se levantaba un milenario castillo que flanqueaba su paso. De inmediato estalló de furia, generando enormes olas que se estrellaron violentamente contra esos muros de roca sólida.
Torre Normanda de Maiori. - Costiera Amalfitana. Italia.
Luego de unos instantes y como por arte de magia, el castillo se transfiguró en el circunspecto Saturno. Los hábitos de monje y aquella capucha negra que le cubría la cabeza, apenas dejaban entrever el severo rostro gris. Su mano derecha, blandía amenazante una afilada hoz. La misma con la que había castrado y destronado a su padre, el gran Urano.
- Alto insolente! - Le espetó con voz grave al invasor. - Te conmino a abandonar inmediatamente mis dominios. A menos que quieras experimentar el filo de mi guadaña.
Soy el Dios que rige el elemento tierra, las formas, las estructuras y el tiempo. Encarno la ley, a la que todo el mundo debe atenerse y respetar. Al insensato que intente violar mis reglas, no dudaría en cortarle el hilo que lo sujeta a la vida, y entregarlo sin misericordia a la gélida muerte. Como guardián del umbral, te advierto que pronto acabarán tus días, si persistes en derribar los muros de este castillo.
- Neptuno, lanzó una sonora carcajada. - Dudo que puedas detenerme. ¿Qué podría hacer la estructura más dura, la más enorme y resistente, comparada con el inconmensurable poder del agua?. ¿Qué daño podría causarle el paso de tu afilada hoja, más que salpicar su superficie blanda y flexible? ¿Cómo podría la muerte alcanzarla, si ella es dadora inagotable de vida?. Tampoco el tiempo sería capaz de dominarla o de poner un freno a sus caprichos. Quizá tarde millones de años en horadar la piedra, pero al final lo lograría. O tal vez consuma unos pocos instantes en encontrar un resquicio para poder pasar inadvertida. Podría evaporarse y como nube, superar la más alta cumbre. Y si fuera necesario, provocaría un diluvio tan grande, que cualquier cosa quedaría sepultada bajo mis dominios.
Ambas deidades se miraron fijamente, tensaron sus músculos y se trenzaron en feroz lucha, mientras los demás dioses, miraban extasiados desde las alturas del Olimpo.
Tierra y Agua pugnando por sobresalir, armando y disolviendo continentes, creando y extinguiendo formas, generando y quitando vida.
Plutón, desde el inframundo, se regodeaba con el formidable espectáculo de muerte y destrucción. Con su enorme poder, ayudaba subrepticiamente al contendiente que se encontraba en circunstancial desventaja, a fin de asegurarse que el encono nunca termine.
La épica batalla aún se sigue librando, y durará casi una eternidad, hasta que ambos comprendan que son inseparables el uno del otro y que algún día volverán a ser uno.
Torre Normanda de Maiori. - Costiera Amalfitana. Italia.
Luego de unos instantes y como por arte de magia, el castillo se transfiguró en el circunspecto Saturno. Los hábitos de monje y aquella capucha negra que le cubría la cabeza, apenas dejaban entrever el severo rostro gris. Su mano derecha, blandía amenazante una afilada hoz. La misma con la que había castrado y destronado a su padre, el gran Urano.
- Alto insolente! - Le espetó con voz grave al invasor. - Te conmino a abandonar inmediatamente mis dominios. A menos que quieras experimentar el filo de mi guadaña.
Soy el Dios que rige el elemento tierra, las formas, las estructuras y el tiempo. Encarno la ley, a la que todo el mundo debe atenerse y respetar. Al insensato que intente violar mis reglas, no dudaría en cortarle el hilo que lo sujeta a la vida, y entregarlo sin misericordia a la gélida muerte. Como guardián del umbral, te advierto que pronto acabarán tus días, si persistes en derribar los muros de este castillo.
- Neptuno, lanzó una sonora carcajada. - Dudo que puedas detenerme. ¿Qué podría hacer la estructura más dura, la más enorme y resistente, comparada con el inconmensurable poder del agua?. ¿Qué daño podría causarle el paso de tu afilada hoja, más que salpicar su superficie blanda y flexible? ¿Cómo podría la muerte alcanzarla, si ella es dadora inagotable de vida?. Tampoco el tiempo sería capaz de dominarla o de poner un freno a sus caprichos. Quizá tarde millones de años en horadar la piedra, pero al final lo lograría. O tal vez consuma unos pocos instantes en encontrar un resquicio para poder pasar inadvertida. Podría evaporarse y como nube, superar la más alta cumbre. Y si fuera necesario, provocaría un diluvio tan grande, que cualquier cosa quedaría sepultada bajo mis dominios.
Mar del Plata - Argentina
Ambas deidades se miraron fijamente, tensaron sus músculos y se trenzaron en feroz lucha, mientras los demás dioses, miraban extasiados desde las alturas del Olimpo.
Tierra y Agua pugnando por sobresalir, armando y disolviendo continentes, creando y extinguiendo formas, generando y quitando vida.
Plutón, desde el inframundo, se regodeaba con el formidable espectáculo de muerte y destrucción. Con su enorme poder, ayudaba subrepticiamente al contendiente que se encontraba en circunstancial desventaja, a fin de asegurarse que el encono nunca termine.
La épica batalla aún se sigue librando, y durará casi una eternidad, hasta que ambos comprendan que son inseparables el uno del otro y que algún día volverán a ser uno.
Fin
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