.
Ver aquí la parte I
Riachuelo - Uruguay
Al regresar a Riachuelo, nos recibió una noche estrellada y un silencio profundo, solo interrumpido de vez en cuando por el ulular de los buhos. La sensación arriba de la cubierta del velero era de comunión total con la naturaleza.
Recién estaba amaneciendo y en uno de los extremos el cielo estaba cubierto de nubes. Mala suerte pensé, aunque por fortuna en poco tiempo se despejó totalmente.
Pronto salió el sol, reflejándose en el agua ...
Los primeros rayos iluminaron de forma espectacular los sauces del lugar.
Nuestro compañero de viaje nos cebó unos buenos mates antes de ponernos en movimiento...
Bajé del barco y aproveché para estirar las piernas caminando unos kilómetros a campo traviesa.
De repente se me acercaron un grupo de terneros que parecían no tener ni un poco de miedo.
Luego volví a la margen del río
Y me topé con una pequeña y hermosa cascada, un lugar ideal para hacer un alto y escuchar los ruidos de la naturaleza.
Luego me interné en un laberinto cubierto de una frondosa vegetación, que casi no dejaba entrar los rayos del Sol.
Acercando un poco más nuestra mirada, el bosque nos regalaba formas y texturas maravillosas...
Ya al caer la tarde me topé con una laguna formada en un antiguo pozo de una cantera de piedra. El agua estaba tan quieta que funcionaba como un espejo que lo duplicaba todo.
Al dar vuelta la mirada, la piedra reflejada en el agua parecía formar la figura de un barco fantasma.
Al caer la noche, volví al velero para comer y disfrutar de otra magnífica noche estrellada.
Al otro día, emprendimos la vuelta a Buenos Aires, dejando atrás la costa uruguaya, dejando atrás una hermosa playa de arenas blancas.
El día era cálido y soleado. El viento brillaba por su ausencia y el río estaba totalmente planchado, por lo que tuvimos que arriar las velas y volver a motor. Me dediqué a descansar y a tomar sol. Que vida dura!!
Acercándonos a la costa argentina, la marea bajaba cada vez más y no había calado suficiente para entrar a puerto por la ruta preestablecida. La opción era anclar esperando la pleamar prevista recién para la madrugada del día siguiente, o remontar el Delta, para luego bajar nuevamente hacia el Club Náutico. Optamos por la segunda alternativa, agregando unas cuantas horas de navegación a nuestro viaje. Jamás un contratiempo fue tan provechoso. El río nos compensó regalándonos un magnífico atardecer...
Con la puesta de sol, nuestro timonel se tomó su merecido descanso...
Llegamos a San Fernando a las 10 y media de la noche. Brindamos con unas buenas botellas de Champagne, cerrando un fin de semana realmente espectacular!!!