Al arribar podremos divisar una vista aérea de Trápani, y sus famosas salinas...
Si tenemos en cuenta que al llegar a Sicilia desde el Sur, Erice constituye un faro natural sobre el promontorio, entenderemos el porqué de su importancia. Virgilio la cita en la Eneida, y la mitología asegura que Dédalo aterrizó aquí.
Por el otro costado divisamos Valderice, el valle contiguo al golfo de Castellammare.
Quizá debido a su imponente presencia, Erice ha sido desde tiempos inmemoriales un lugar de culto de las divinidades clásicas. Mirando hacia el valle, y en su punto más alto, se alza el castillo donde se veneraban a las diosas del amor y la fertilidad. Astarté para los fenicios, Afrodita para los griegos y Venus para los romanos.
En el interior de la ciudad, sus calles adoquinadas nos permiten adentrarnos en cada una de sus construcciones de estilo normando y sus patios de reminiscencias árabes.
La única referencia actual es la luz eléctrica de unas farolas que iluminan un mundo que hace mucho tiempo dejó de existir.
Y esa cálida luz reflejada sobre la fría piedra, produce un efecto casi narcótico sobre el caminante, trayéndole a la mente antiguas imágenes del medioevo, que parecen haber sido experimentadas en otras vidas.
Los recorridos prefijados encorsetan la sensación de perderse e ir descubriendo los rincones que no se han visto erosionados por el paso del tiempo. Las angostas callejuelas son un laberinto de cautivadoras postales vivientes.
En este templo de origen incierto, las sacerdotisas se prostituian con los peregrinos en una especie de ofensa sacra, que se veía recompensada con grandes y jugosas donaciones. Ello explica que el binomio religión - economía se haya prolongado a través del tiempo.